Vivimos en unos tiempos caracterizados por la desinformación sin que mucha gente sea aún consciente de lo que eso supone. Se trata de un contexto caracterizado por la confusión y la desconfianza donde, además, asistimos a transformaciones de tanto calado y en tan poco tiempo que apenas hay manera de asimilarlas ni de medir sus consecuencias. Este desconcierto generalizado se produce en un clima social de polarización extrema, con poderosas fuerzas políticas que, entrenadas en el manejo de las emociones, son capaces de causar una enorme inestabilidad a través de las redes sociales.
La proliferación de información falsa y la infodemia, esa saturación informativa que desborda y desorienta, contribuyen de manera clave a esta sensación de fragilidad. Por todo ello, y por los acontecimientos que presenciamos, se percibe la inquietante sensación de que quizás no estemos experimentando una época de cambios sino un cambio de época.
A este clima global de vulnerabilidad contribuye que se hayan expandido con éxito por decenas de países corrientes políticas iliberales que se sirven de las propias democracias para impulsar agendas antidemocráticas.
Con políticos que siguen claramente un manual compartido, inspirado por el hombre más poderoso del mundo, que ha globalizado esta estrategia de la desinformación. Un líder elegido democráticamente tan solo cuatro años después de que sus seguidores protagonizaran un levantamiento contra un resultado electoral. Una insurrección que parecía inconcebible en Estados Unidos y que un año más tarde, como prueba del carácter universal de este movimiento, tuvo su réplica en Brasil.
Las tendencias populistas y autócratas influyen en los nuevos políticos radicales e incluso en los que pertenecen a partidos caracterizados antes por su moderación. Sucede en Hungría, Polonia, Israel, Filipinas, Turquía, El Salvador, México, Argentina, España, Francia o Italia.
Emergen líderes a modo de influencers de esta nueva doctrina cultivada en las redes sociales, donde se agita el ataque despiadado al que piensa diferente, así como el continuo cuestionamiento de las instituciones, elegidas para representar la voluntad ciudadana, pero sorprendentemente señaladas como supuestas enemigas del pueblo.
Los ataques a la justicia, por ejemplo, son furibundos. Al igual que la brutal campaña de descrédito que padecen los medios de comunicación y las agresiones a muchos de sus profesionales en un marco de sorprendente impunidad. Ocurre de manera simultánea en buena parte de las sociedades liberales. ¿De verdad es casualidad?
Estamos inmersos en estos tiempos de oscuridad que en el futuro serán materia de estudio. El impacto de las grandes corrientes tecnológicas en el periodismo y en las democracias es enorme y parece evidente que este nuevo marco de turbulencias favorece la desinformación y debilita a las empresas periodísticas sin que se atisbe ninguna solución.
La mayor parte de los medios de comunicación del mundo entraron en crisis hace ya años, mientras que las multinacionales tecnológicas han alcanzado capitalizaciones bursátiles superiores al PIB de países como Francia, España o Italia. Millones de personas permanecen enganchadas cada día a unas redes sociales que se sustentan sobre un modelo de negocio que premia la mentira y el sensacionalismo por criterio algorítmico. Constituyen un campo abierto para la diseminación de noticias falsas y manipulaciones, así como para la consolidación de la polarización y el odio.
La democracia está tan asimilada en las sociedades liberales que parece que no está en riesgo, lo que motiva una peligrosa relajación en su defensa. Pero la enorme desorientación geopolítica, sumada a un liderazgo imprevisible y a la desconsideración de los distintos organismos internacionales, hacen que se tambalee todo un sistema universal de valores, respetado y acordado desde hace décadas.
Se da por hecho que, pese a las críticas y a los ataques, la democracia siempre permanecerá, aunque, como refleja la Historia, esto no tiene por qué ser así. Lo demuestran episodios recientes que no parecían antes posibles, como un país soberano invadido por otro en Europa o una población civil sometida a una catástrofe humanitaria en Oriente Próximo. No es la seguridad lo que está en juego en esta disyuntiva. Ni la economía. Ni la emigración. Ni la identidad. Es la democracia. Porque esto va de democracia. Y también va de periodismo, que es el oficio que está a su servicio y al de todos los ciudadanos, y por eso está en el centro de esta ofensiva global.
Celebramos el Día Mundial de las Noticias y parece el mejor momento para recordar la importancia y trascendencia del periodismo. Un oficio imperfecto, ya que lo ejercen personas, que es el mejor sistema conocido para que las sociedades tengan acceso a información profesional basada en hechos, veraz, que les permita tomar decisiones libres.
Tan sencillo como trascendental. Una actividad que también ejerce una labor de vigilancia sobre gobiernos, empresas e instituciones, que favorece la pluralidad al ofrecer diferentes puntos de vista y sirve de altavoz a personas y causas que de otra manera caerían en el olvido. Un trabajo duro, hermoso y necesario. Quizás más que nunca. Porque ahora que ya sabemos que la IA va a transformar para siempre nuestra percepción de la realidad y que contribuirá sin duda alguna a multiplicar la desinformación nos gustará que haya personas que se dediquen profesionalmente a un oficio basado en verificar informaciones, contrastar datos, documentar hechos y viajar a los lugares donde se producen los acontecimientos para ser testigos de lo que allí sucede. Porque sin periodismo no hay democracia. Y sin democracia aparece la oscuridad.
Fernando Belzunce es Director General Editorial de Vocento y autor del libro 'Periodistas en tiempos de oscuridad', recientemente publicado por la editorial Ariel.
Este artículo fue encargado para conmemorar el Día Mundial de las Noticias (World News Day), una campaña de la industria de los medios informativos para destacar el valor del periodismo.