Hace unas semanas, mis dos hijas adolescentes preguntaron por qué el presidente había prohibido las patatas fritas y los refrescos en su escuela.

El tema no me sorprendió. Esto ocurrió en la época en que entró en vigor una nueva ley en México que prohibía la venta de comida chatarra en comedores escolares y tiendas como forma de combatir la epidemia de obesidad. 

Lo que me sorprendió fue cómo formularon la pregunta.

“¿Por qué dicen que el presidente lo prohibió?”, pregunté.

“Todo el mundo lo dice; que (la presidenta Claudia) Sheinbaum ordenó que en las escuelas no se venda más comida chatarra”, respondió una de mis hijas.

Intenté explicarle que esta ley fue aprobada por el Congreso mexicano meses antes de que Sheinbaum fuera elegida presidenta, pero apenas comenzaba a implementarse. Ella no tuvo nada que ver, dije. Pero la explicación era inútil, el consenso era sólido en su escuela y en otros: ella prohibió sus bocadillos favoritos, fue su culpa.

Ahora, déjenme explicar qué tiene esto que ver con la libertad de prensa.

Distorsionando la verdad 

En los días siguientes, cuando la ley empezó a entrar en vigor, comprendí por qué esa versión de los hechos se había extendido entre los adolescentes. Casi todos los videos que vi en redes sociales sobre la prohibición de la comida chatarra en las escuelas decían que había sido ordenada por el presidente. Pero esos videos se publicaron en cuentas desconocidas de TikTok e Instagram.

Ejemplos de publicaciones de TikTok que se volvieron virales

Todos los medios de comunicación tradicionales tenían la historia clara: el Congreso había aprobado una ley. Y añadieron contexto: era una medida de salud pública que contaba con el apoyo de todos los partidos políticos. Este era el enfoque que yo había presentado en las historias que presenté en mi programa de radio y podcast.

Si se estaba extendiendo una versión distorsionada de esta historia, el periodismo era irrelevante. El matiz que muchos habíamos señalado al hablar de la nueva ley había pasado desapercibido. No se prestó atención al proceso legislativo ni a la cronología de los acontecimientos. Cualquier mención de los argumentos que respaldaban la ley fue ignorada.

No pudimos vencer la marea. Nos vimos abrumados por publicaciones anónimas en redes sociales que se hacían pasar por periodistas.

La difusión de noticias falsas o información manipulada es uno de los mayores desafíos a la libertad de prensa que enfrentamos hoy en día. Obliga a periodistas y organizaciones de noticias a reevaluar su papel y a afrontar una nueva amenaza.

Una amenaza legítima 

Durante años, los periodistas han considerado las amenazas a la libertad de prensa como restricciones a nuestro trabajo, como intentos de limitar la cobertura informativa por diversos medios: violencia física, intimidación, campañas de desprestigio, vigilancia o demandas judiciales. El panorama es familiar: periodistas asesinados por delincuentes o políticos. Hackeados por agencias gubernamentales. Intimidados por cualquiera que no quiera que se les esclarezca.

Ahora parece que una amenaza más efectiva a la libertad de prensa es simplemente saturar nuestra cobertura con información falsa presentada como periodismo legítimo. 

Este ruido ahoga las voces del periodismo independiente, especialmente a medida que el público más joven gravita hacia redes sociales marcadas por la inmediatez, como Instagram o Snapchat, pero especialmente TikTok, donde la necesidad de condensar un mensaje en un video de 15 segundos mata todas las posibilidades de contexto o explicación en una noticia.

Ejemplos de publicaciones halladas en Instagram. 

Las organizaciones de noticias de todo el mundo han realizado un trabajo excelente con las redes sociales, desarrollando nuevos productos que se adaptan a las noticias de una manera que interesa a un público más joven. Sin embargo, la competencia contra los periodistas falsos sigue siendo asimétrica.

El periodismo auténtico requiere conocimiento, trabajo y recursos. También requiere honestidad intelectual. Esto implica dedicar tiempo a producir una historia sólida, fiable y atractiva, y presentarla en diferentes formatos: texto, audio y vídeo.

Alguien que se hace pasar por periodista en redes sociales solo necesita unos pocos datos y unos minutos para editar un video corto. No necesita verificar los hechos ni esforzarse por comprender la historia y explicar su importancia. Y la inteligencia artificial probablemente acortará este proceso para que pueda alcanzar una escala industrial.

Esta es una manera fácil de difundir mentiras y desinformación, ya sea por ignorancia o malicia, y para cuando los medios legítimos se dan cuenta, puede ser demasiado tarde. El público ha sido engañado.

Los periodistas deben mejorar la información que transmiten a su audiencia en redes sociales, enseñándoles que un bloguero, un tiktoker, un influencer o un youtuber no es un reportero. Que existen habilidades y reglas necesarias para un periodismo legítimo.

Las redes sociales son una bendición para quienes han intentado silenciar a periodistas mediante la violencia o la intimidación, ya que pueden contribuir a que los medios informativos pierdan relevancia. Contraatacar es nuestro nuevo desafío.

Y el asunto era propicio para la manipulación política. Una acción impopular entre los jóvenes necesitaba un culpable, y quien quisiera perjudicar al presidente se beneficiaría de ello.


Acerca del autor

Javier Garza Ramos es periodista y miembro del Foro Mundial de Editores.

Su podcast El Noti es uno de los podcasts de noticias más populares en México.